JESUS IMAGEN DEL DIOS INVISIBLE
Jesús es la Imagen del Dios Invisible
Por Jorge Enrique López
En el Antiguo Pacto no se conocía de la revelación directa de Dios. Tampoco se conocía la verdadera identidad del Padre. Aquello era un misterio para la mente intelectual. Ni aún su nombre se conocía en toda su amplitud. Existían muchos títulos que el Señor ostentó, pero no correspondían a la verdadera revelación divina.
Es por esto que el profeta Isaías dice: “Verdaderamente tú eres Dios que te encubres, Dios de Israel, que salvas” (Isaías 45:15). A Moisés se le dijo: “No verás mi rostro, porque no me verá hombre y vivirá” (Éxodo 33:20). “También el Padre que me envió ha testificado de mí. Nunca habéis oído su voz, ni habéis visto su aspecto” (Juan 5:37).
En la Biblia aparece una lista de textos que nos hablan de que Dios es invisible (Romanos 1:20, 1. Timoteo 1:17, Hebreos 11:27) y que Jesús es la imagen del Dios invisible (Colosenses 1:15, 2. Corintios 4:4). Primero porque Él es Espíritu y segundo porque hasta el establecimiento del Nuevo Pacto llegó el tiempo de la revelación más gloriosa de todos los tiempos.
El Santo evangelio según Juan, dice: “A Dios nadie le vio jamás; El unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, Él le ha dado a conocer” (Juan 1:18). El evangelio según Lucas, afirma: “Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; Y nadie conoce quien es el Hijo sino el Padre; ni quien es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quisiere revelar” (Lucas 10:22).
En el Antiguo Pacto, nadie conocía la verdadera identidad del Padre. Permaneció oculta, hasta que apareció el Señor Jesucristo manifestado en carne. Observemos lo que dice Mateo 16:13-17. “Viniendo Jesús a la región de Cesárea de Filipo, preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? Ellos, dijeron: Unos, Juan el Bautista, Otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas. Él les dijo: ¿Y vosotros, quien decís que Soy Yo?”. Observemos que hasta aquí, nadie conocía la verdadera identidad del Padre, permanecía oculta. Ni aún los discípulos la sabían. Fue solo hasta que el Espíritu Santo de Dios, utilizó a Pedro y movió sus labios para afirmar: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mateo 16:16). Entonces le respondió Jesús: “bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque esto (que acabas de decir) no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mateo 16:17). Así que la verdadera identidad del Padre solo se conocerá por medio de la revelación divina.
Para revelarse, Dios el Padre se vio precisado a tomar un cuerpo de carne, en semejanza de carne de pecado. Ver Isaías 9:6, Juan 1:1, 1:14, 1. Timoteo 3:16 y Hebreos 2:8. Jesús nació con semejanza de carne de pecado, pero sin pecado. Jesús entonces no es el mandadero del Padre, ni un religioso fracasado, y menos una “segunda persona”. Jesús no aparece en el escenario humano como un representante de Dios, sino como Dios mismo manifestado como hombre. Él es la imagen del Dios invisible. Ese Dios que Moisés no pudo ver (aunque se sostuvo como viendo al invisible), si fue visto por los discípulos de Jesús, y nosotros tenemos la promesa de verlo en la faz de Jesucristo (2. Corintios 4:6).
El evangelista Juan aclara esta situación en su evangelio, cuando Jesús dijo a sus discípulos: “Si me conocieseis, también a mi Padre conocerías; y desde ahora le conocéis y le habéis visto” (Juan 14: 7-10). Felipe le dijo: “Señor [nadie llama a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo; Es decir por el Espíritu de la revelación] muéstranos al Padre y nos basta” (Juan 14.8). Felipe no era trinitario, porque la herejía de la trinidad brotó en el siglo III, se desarrolló en el siglo IV, y tomó la forma definitiva solo hasta el siglo V de nuestra era. Felipe simplemente quería saber sobre la identidad de Dios el Padre. Jesús le dijo: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me has conocido? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre?” (Juan 14:9). Felipe pregunta por el Padre. Jesús le responde: “no me has conocido”. Si Jesús no fuera el Padre, le hubiese respondido: “Y no le habéis conocido”.
El problema de los trinitarios, es que no pueden aceptar que el Dios único y verdadero esté escondido en la persona de Jesús. Pero Jesús mismo lo aclaró: El que me ve a mí, está viendo al Padre. Es decir: que Jesús es el Padre, no una persona distinta.
Sin embargo, para darle mayor claridad a Felipe, Jesús lo reconfirmó en el verso 10; al decir: “¿No crees que YO SOY [este es un título de la Deidad, que solo Jesús puede ostentar] en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, Él hace las obras” (Juan 14:10).
Los términos Padre, Hijo y Espíritu Santo, no son nombres, ni personas, sino oficios (o roles) que desempeña el único Dios. Como Padre es el Creador y sustentador. Como Hijo es el hombre perfecto, la manifestación de Dios en carne que se ha constituido en nuestro Redentor. Y como Espíritu, es el Consolador que llena y habita en nuestros corazones. Estos roles de Dios no nos hablan de “tres personas distintas y un solo Dios verdadero” (herejía que fue inventada muchos años después de que la Biblia se terminó de escribir).
El apóstol Pablo (que era un creyente en la Unicidad de Dios) escribe a los Colosenses, diciendo: “Para que sean consolados sus corazones, unidos en amor, hasta alcanzar todas las riquezas de pleno entendimiento, a fin de conocer el misterio de Dios el Padre y de Cristo, en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento (Colosenses 2: 2-3).
La palabra misterio, traduce: secreto, enigma, incomprensible, etc. Es algo que está oculto, reservado, escondido para el intelecto, pero Dios nos lo reveló por su Espíritu. Entonces: ¿cuál es el misterio de Dios el Padre y de Cristo? La respuesta está en 2. Corintios 5:19. “Que Dios el Padre estaba en Cristo, reconciliando al mundo consigo mismo (no con otro)”. No con Cristo, sino en Cristo. Ese sí que es un verdadero misterio para aquellos a quienes Dios no les ha revelado su verdadera identidad, por la dureza de sus corazones (Efesios 4:18). Para ellos esto es un misterio.
Pablo persiste en afirmar que Jesús es la imagen del Dios invisible, al aseverar en su carta a los Colosenses, que en Jesús habita corporalmente toda la plenitud de Dios (Colosenses 2:9). En otras palabras, todos los atributos de Dios están presentes en Cristo, porque Cristo es el único Dios manifestado en carne. Jesús no es menos que Dios, pues es Dios absoluto y total. Al hablar de los atributos de Dios, nos referimos a su omnipotencia, omnipresencia, omnisapiencia, su eternidad, su inmutabilidad, etc. Por esta causa fue que el Hijo de Dios (Dios manifestado en carne) realizó actos soberanos, exclusivos y potestativos de Dios, tales como la conversión del agua en vino, la multiplicación de los panes y de los peces, el perdonar pecados, resucitar muertos, etc.
Al estudiar el término griego katoikéo, donde dice “Porque en Él habita…”, encontramos que esto quiere decir que toda la plenitud (integridad, totalidad, saciedad, exceso de llenura) estaba en Cristo perennemente, continuamente, perpetuamente, eternamente; no a raticos. Jesús no era, ni es Dios por temporadas, sino continuamente.
Por esta causa, la carta a los Filipenses, dice: “Haya, pues, en vosotros el mismo sentir que hubo en Cristo Jesús, el cual siendo en forma de Dios [o siendo por naturaleza Dios], no escatimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse [sólo Dios es igual a sí mismo, y nadie es igual a Él] sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:5-8).
Jesús es Dios completo, absoluto y total. Jesucristo es Dios, Dios único, real y eterno. Por eso la Escritura enseña que antes de manifestarse en carne, Jesús existía en forma de Dios, porque Él es el Padre Eterno (Isaías 9:6). Al venir en carne, esa carne manifestó al único Dios verdadero. Por eso, Jesús es la imagen del único Dios verdadero (Colosenses 1:15, 2. Corintios 4:4), y por eso Él es el único Dios verdadero (1. Juan 5:20). El Señor Jesucristo tiene forma de Dios, porque es el Dios verdadero; pero en su encarnación, también tuvo forma de hombre. La forma de Dios estuvo escondida tras el velo de carne (Hebreos 10:20), y la plenitud de Dios habitó en ese templo de carne (Juan 2:19).
Así que aunque nadie ha visto al Dios invisible, el Dios y Padre invisible sí se ha dado a conocer por medio del Hijo, su manifestación en carne (Juan 1:18).
En el Antiguo Pacto no se conocía de la revelación directa de Dios. Tampoco se conocía la verdadera identidad del Padre. Aquello era un misterio para la mente intelectual. Ni aún su nombre se conocía en toda su amplitud. Existían muchos títulos que el Señor ostentó, pero no correspondían a la verdadera revelación divina.
Es por esto que el profeta Isaías dice: “Verdaderamente tú eres Dios que te encubres, Dios de Israel, que salvas” (Isaías 45:15). A Moisés se le dijo: “No verás mi rostro, porque no me verá hombre y vivirá” (Éxodo 33:20). “También el Padre que me envió ha testificado de mí. Nunca habéis oído su voz, ni habéis visto su aspecto” (Juan 5:37).
En la Biblia aparece una lista de textos que nos hablan de que Dios es invisible (Romanos 1:20, 1. Timoteo 1:17, Hebreos 11:27) y que Jesús es la imagen del Dios invisible (Colosenses 1:15, 2. Corintios 4:4). Primero porque Él es Espíritu y segundo porque hasta el establecimiento del Nuevo Pacto llegó el tiempo de la revelación más gloriosa de todos los tiempos.
El Santo evangelio según Juan, dice: “A Dios nadie le vio jamás; El unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, Él le ha dado a conocer” (Juan 1:18). El evangelio según Lucas, afirma: “Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; Y nadie conoce quien es el Hijo sino el Padre; ni quien es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quisiere revelar” (Lucas 10:22).
En el Antiguo Pacto, nadie conocía la verdadera identidad del Padre. Permaneció oculta, hasta que apareció el Señor Jesucristo manifestado en carne. Observemos lo que dice Mateo 16:13-17. “Viniendo Jesús a la región de Cesárea de Filipo, preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? Ellos, dijeron: Unos, Juan el Bautista, Otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas. Él les dijo: ¿Y vosotros, quien decís que Soy Yo?”. Observemos que hasta aquí, nadie conocía la verdadera identidad del Padre, permanecía oculta. Ni aún los discípulos la sabían. Fue solo hasta que el Espíritu Santo de Dios, utilizó a Pedro y movió sus labios para afirmar: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mateo 16:16). Entonces le respondió Jesús: “bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque esto (que acabas de decir) no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mateo 16:17). Así que la verdadera identidad del Padre solo se conocerá por medio de la revelación divina.
Para revelarse, Dios el Padre se vio precisado a tomar un cuerpo de carne, en semejanza de carne de pecado. Ver Isaías 9:6, Juan 1:1, 1:14, 1. Timoteo 3:16 y Hebreos 2:8. Jesús nació con semejanza de carne de pecado, pero sin pecado. Jesús entonces no es el mandadero del Padre, ni un religioso fracasado, y menos una “segunda persona”. Jesús no aparece en el escenario humano como un representante de Dios, sino como Dios mismo manifestado como hombre. Él es la imagen del Dios invisible. Ese Dios que Moisés no pudo ver (aunque se sostuvo como viendo al invisible), si fue visto por los discípulos de Jesús, y nosotros tenemos la promesa de verlo en la faz de Jesucristo (2. Corintios 4:6).
El evangelista Juan aclara esta situación en su evangelio, cuando Jesús dijo a sus discípulos: “Si me conocieseis, también a mi Padre conocerías; y desde ahora le conocéis y le habéis visto” (Juan 14: 7-10). Felipe le dijo: “Señor [nadie llama a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo; Es decir por el Espíritu de la revelación] muéstranos al Padre y nos basta” (Juan 14.8). Felipe no era trinitario, porque la herejía de la trinidad brotó en el siglo III, se desarrolló en el siglo IV, y tomó la forma definitiva solo hasta el siglo V de nuestra era. Felipe simplemente quería saber sobre la identidad de Dios el Padre. Jesús le dijo: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me has conocido? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre?” (Juan 14:9). Felipe pregunta por el Padre. Jesús le responde: “no me has conocido”. Si Jesús no fuera el Padre, le hubiese respondido: “Y no le habéis conocido”.
El problema de los trinitarios, es que no pueden aceptar que el Dios único y verdadero esté escondido en la persona de Jesús. Pero Jesús mismo lo aclaró: El que me ve a mí, está viendo al Padre. Es decir: que Jesús es el Padre, no una persona distinta.
Sin embargo, para darle mayor claridad a Felipe, Jesús lo reconfirmó en el verso 10; al decir: “¿No crees que YO SOY [este es un título de la Deidad, que solo Jesús puede ostentar] en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, Él hace las obras” (Juan 14:10).
Los términos Padre, Hijo y Espíritu Santo, no son nombres, ni personas, sino oficios (o roles) que desempeña el único Dios. Como Padre es el Creador y sustentador. Como Hijo es el hombre perfecto, la manifestación de Dios en carne que se ha constituido en nuestro Redentor. Y como Espíritu, es el Consolador que llena y habita en nuestros corazones. Estos roles de Dios no nos hablan de “tres personas distintas y un solo Dios verdadero” (herejía que fue inventada muchos años después de que la Biblia se terminó de escribir).
El apóstol Pablo (que era un creyente en la Unicidad de Dios) escribe a los Colosenses, diciendo: “Para que sean consolados sus corazones, unidos en amor, hasta alcanzar todas las riquezas de pleno entendimiento, a fin de conocer el misterio de Dios el Padre y de Cristo, en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento (Colosenses 2: 2-3).
La palabra misterio, traduce: secreto, enigma, incomprensible, etc. Es algo que está oculto, reservado, escondido para el intelecto, pero Dios nos lo reveló por su Espíritu. Entonces: ¿cuál es el misterio de Dios el Padre y de Cristo? La respuesta está en 2. Corintios 5:19. “Que Dios el Padre estaba en Cristo, reconciliando al mundo consigo mismo (no con otro)”. No con Cristo, sino en Cristo. Ese sí que es un verdadero misterio para aquellos a quienes Dios no les ha revelado su verdadera identidad, por la dureza de sus corazones (Efesios 4:18). Para ellos esto es un misterio.
Pablo persiste en afirmar que Jesús es la imagen del Dios invisible, al aseverar en su carta a los Colosenses, que en Jesús habita corporalmente toda la plenitud de Dios (Colosenses 2:9). En otras palabras, todos los atributos de Dios están presentes en Cristo, porque Cristo es el único Dios manifestado en carne. Jesús no es menos que Dios, pues es Dios absoluto y total. Al hablar de los atributos de Dios, nos referimos a su omnipotencia, omnipresencia, omnisapiencia, su eternidad, su inmutabilidad, etc. Por esta causa fue que el Hijo de Dios (Dios manifestado en carne) realizó actos soberanos, exclusivos y potestativos de Dios, tales como la conversión del agua en vino, la multiplicación de los panes y de los peces, el perdonar pecados, resucitar muertos, etc.
Al estudiar el término griego katoikéo, donde dice “Porque en Él habita…”, encontramos que esto quiere decir que toda la plenitud (integridad, totalidad, saciedad, exceso de llenura) estaba en Cristo perennemente, continuamente, perpetuamente, eternamente; no a raticos. Jesús no era, ni es Dios por temporadas, sino continuamente.
Por esta causa, la carta a los Filipenses, dice: “Haya, pues, en vosotros el mismo sentir que hubo en Cristo Jesús, el cual siendo en forma de Dios [o siendo por naturaleza Dios], no escatimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse [sólo Dios es igual a sí mismo, y nadie es igual a Él] sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:5-8).
Jesús es Dios completo, absoluto y total. Jesucristo es Dios, Dios único, real y eterno. Por eso la Escritura enseña que antes de manifestarse en carne, Jesús existía en forma de Dios, porque Él es el Padre Eterno (Isaías 9:6). Al venir en carne, esa carne manifestó al único Dios verdadero. Por eso, Jesús es la imagen del único Dios verdadero (Colosenses 1:15, 2. Corintios 4:4), y por eso Él es el único Dios verdadero (1. Juan 5:20). El Señor Jesucristo tiene forma de Dios, porque es el Dios verdadero; pero en su encarnación, también tuvo forma de hombre. La forma de Dios estuvo escondida tras el velo de carne (Hebreos 10:20), y la plenitud de Dios habitó en ese templo de carne (Juan 2:19).
Así que aunque nadie ha visto al Dios invisible, el Dios y Padre invisible sí se ha dado a conocer por medio del Hijo, su manifestación en carne (Juan 1:18).
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